CRISIS EXISTENCIALES: ¿Alguien Tiene El Mapa?
¡Hola, humanos!
¿Alguna vez os habéis sentido como un personaje secundario en vuestra propia vida? No en plan "he ido a una fiesta y no conozco a nadie", sino más bien "me he metido en mi propia cabeza y esto es un laberinto sin salida de IKEA". Pues bienvenidos a mi realidad.
No sé en qué punto me perdí. Tal vez fue cuando dejé de escucharme o cuando decidí ignorarme por completo (lo que viene siendo el ghosting emocional). El caso es que aquí estoy, con 34 años, sin un mapa de ruta claro, y con la sensación de que llego tarde a todas partes... salvo a los pagos, que a esos llego puntual y sin falta.
Recuerdo cuando a los 18 años mi mayor propósito era subir montañas como si fuera una cabra con patrocinador. Me pasaba el día entre árboles, roca y resina de pino (que, por cierto, NO se quita fácil). Era libre, ágil y con menos dolores de cabeza. Ahora la única escalada que hago es la de los innumerables retos que voy sorteando y, sinceramente, no es tan emocionante.
El problema es el contexto. El maldito contexto. Todo el mundo parece saber qué debería hacer con mi vida, excepto yo. Y mientras tanto, aquí sigo, en modo asistente personal de los demás, gestionando vidas ajenas con la eficiencia de una secretaria ejecutiva... pero sin sueldo.
La parte graciosa (o trágica, según se mire) es que desde fuera parezco funcional. Pago mis facturas, me río en las cenas, hasta hago listas de tareas para sentir que tengo cierto control sobre mi existencia. Pero cuando me quedo a solas, el guion se desmorona. ¿Estoy donde quiero estar? ¿Estoy construyendo algo que valga la pena? ¿O simplemente estoy en modo supervivencia, tachando días en el calendario como si fueran misiones secundarias en un videojuego infinito?
El otro día hablaba sobre aprender a decir "NO". Spoiler: aún no lo he dominado. Cuando era más joven, todo parecían certezas: "seré esto, haré lo otro". Ahora, en cambio, tengo más dudas que calcetines desparejados en el cajón (y creedme, son muchos). Y no es solo que dude de lo que quiero, sino que a veces ni siquiera sé si lo que quiero es realmente mío o simplemente una acumulación de expectativas ajenas que se han instalado en mi cabeza como una barra de herramientas preinstalada.
Me dicen que a los 34 todavía estoy a tiempo de todo. Pero lo cierto es que sigo estudiando, no tengo un trabajo estable, y sí, tengo un proyecto de bricolaje eterno de una casa que jamás será mía. Últimamente mi vida es un territorio inexplorado donde ni Google Maps se atreve a entrar. Mientras el mundo grita "¡Sé libre, no te ates a nada!", yo miro alrededor y veo ataduras preciosas que otros no valoran… Y me pregunto si en el fondo me gustaría tener alguna, como una hipoteca, hijos, responsabilidades que habré elegido yo misma. No como ahora, que son obligaciones que me imponen los demás.
Y sí, ya sé lo que algunos dirán: "Elige, toma decisiones, haz algo". Pero, ¿cómo tomar decisiones cuando nunca he tenido voz en los momentos clave? Es como si mi vida fuera un barco en el que los demás han llevado el timón y ahora, al intentar agarrarlo yo, me doy cuenta de que no sé si quiero remar. Y así estoy, con mi crisis existencial en una mano y un café en la otra, preguntándome si todo esto tiene solución o si al final la vida es solo un montón de lavadoras: llena de ciclos repetitivos y con un montón de ropa por tender en un tendedero con cuatro cuerdas menos.
En el mejor de los casos, ¿podré medio construir algo que, el día de mañana, a punto de la muerte, me haga sentir orgullosa? ¿O viviré una vejez de arrepentimiento? Por lo pronto, sin un lugar donde caerme muerta y sin hijos, lo mejor que puedo esperar es que la persona que decida amarme no cambie de parecer en un futuro lejano. Porque será difícil cuidar de un gato debajo de un puente, tal y como se está poniendo el mundo.
Aunque, pensándolo bien, los gatos siempre caen de pie. Quizá yo también pueda aprender.
Desde mi mañana de lluvia reflexiva me pregunto: ¿qué harán los demás con sus crisis existenciales? ¿Las ignoran? ¿Las abrazan como una manta calentita en invierno? ¿Se ahogan en ellas con la dignidad de un protagonista trágico o simplemente las convierten en memes y las dejan correr?
Supongo que, al final, todos improvisamos. Algunos encuentran respuestas en viajes lejanos, otros en terapia, y otros en la tercera copa de vino un martes cualquiera. Yo, de momento, las escribo aquí, entre el humor y el caos, esperando que, si no hay respuestas, al menos haya compañía en la incertidumbre.
Suerte con vuestras crisis existenciales.
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