Confort mode: desactivado
Hola, humanos.
Estos días de lluvia me tienen reflexiva. Os escribo desde la "nueva habitación" de mis padres, un espacio que, honestamente, no vale lo que cobra a sus inquilinos de las plantas inferiores. Su ubicación es cuestionable, sus instalaciones dejan bastante que desear, y en general parece un proyecto inacabado de la naturaleza. Pero, curiosamente, le estoy cogiendo cariño. Sobre todo cuando me siento a escribir frente a su enorme ventanal, con vistas a un campo de un verde intenso, potenciado por la lluvia.
No sé si a alguien más le pasa, pero los días lluviosos tienen ese toque de melancolía que nos pone en modo introspectivo, a pensar en lo que fue, lo que no es y lo que podría llegar a ser. Y en este mood filosófico, hoy quiero hablar de LA ZONA DE CONFORT.
Somos humanos… pero a veces actuamos como ostras 🦪
Cuando encontramos un lugar seguro y predecible, nos encerramos en él como si fuera nuestra concha, sin ganas de asomar la cabeza. La zona de confort puede tomar muchas formas: un trabajo, un lugar donde vives, una rutina, los mismos amigos de siempre, una relación que ya no te llena… Y aunque la estabilidad tiene su encanto, hay una delgada línea entre disfrutar de la comodidad y quedarnos atrapados en ella por miedo al cambio.
Obviamente, no siempre es fácil moverse. A veces la vida te tiene bien agarrado y no hay mucho margen de maniobra. Pero otras veces, la zona de confort nos impide ver más allá. Nos quedamos con lo que conocemos sin plantearnos que puede haber algo igual o mejor. No digo que sea malo buscar estabilidad, pero sí que debería existir cierto impulso a mejorar. No solo a existir y conformarse.
Es cierto que no siempre se puede dejar de golpe un trabajo que detestas, porque hay facturas que pagar y la realidad no se toma vacaciones. Pero eso no significa que debas resignarte para siempre. Tu existencia no termina en ese trabajo, y cada día puedes dar pequeños pasos para cambiarlo. Nada llega solo. Bueno, a veces sí, pero no siempre.
Puedes estar en un lugar cómodo para vivir y llevar una vida más o menos tranquila. Pero si en el fondo sueñas con mudarte al campo, dejar de alquilar o hacer un cambio radical, ¿Qué pasaría si te lo tomaras en serio? ¿Y si resulta que vives más en armonía? O, al menos, descubres que era el empujón que necesitabas para salir del piloto automático.
El problema de la zona de confort es que… cuando desaparece, duele
Lo que solemos ignorar (a veces de forma intencionada) es que si un día esa zona de confort desaparece de golpe, el impacto puede ser brutal. Como comprar boletos para una angina de pecho o un ictus por estrés. Por eso he estado dándole vueltas a esta obsesión que tenemos por agarrarnos como lapas a creencias que nos limitan, cuando muchas veces romper con ellas nos haría bien.
Al principio pensaba que lo que nos retiene es la comodidad, que en parte sí, porque tiene algo de adictivo. Pero, sobre todo, creo que lo que nos frena es el miedo. A lo desconocido, al fracaso… o a ambas cosas. Y ahí está el reto.
Caer duele, pero
aprendemos de las caídas
Fracasar duele. Nadie te
dice: "Uy, qué maravilla, me ha salido fatal, qué experiencia tan
enriquecedora." No. Duele en el ego, sacude la autoestima y nos hace
cuestionarnos todo. Pero, aunque incómodo, el fracaso es una de las
herramientas de aprendizaje más potentes que tenemos.
Y aquí entra una palabra
que se usa mucho pero a veces cuesta aterrizar: resiliencia.
Básicamente, es la capacidad de sobreponerse a la adversidad. No significa
evitar caer, sino aprender a levantarse con más fuerza y sabiduría.
Ser resiliente significa
entender que el fracaso no es un destino final, sino un capítulo cerrado de muchos otros que habrá en tu vida. Que tropezar una y mil veces con la misma piedra es parte del
camino. Que nadie llega lejos sin haberse dado unos cuantos batacazos antes.
Sin embargo, vivimos en una sociedad que glorifica el éxito y esconde los fracasos,
como si estos no existieran. Pero la realidad es que, cuanto más arriesgas, más
posibilidades tienes de fallar… y de aprender.
Y en plena resiliencia me encuentro, porque la zona de confort de mis padres implosionó hace dos meses y nos dejó a todos con cara de "bueno, ¿y ahora qué?". La incertidumbre es un sitio complicado para acampar, sobre todo cuando estabas acostumbrado a tener suelo firme bajo los pies. Pero oye, tan grande fue la hostia como el aprendizaje. Estoy experimentando cambios a un ritmo que ni en un reality de supervivencia, porque, cuando toca, el ingenio se agudiza por pura necesidad.
Eso sí, no os voy a mentir: acurrucarse en un rincón a llorar a veces suena tentador. Pero más vale una lloradita rápida y a seguir, que la vida no espera y, hasta donde sé, tampoco tiene botón de pausa.
Por otro lado, toda esta experiencia me está sirviendo como un empujón (o más bien una patada cósmica) para ponerme en serio con esos propósitos que llevan tiempo en mi cabeza: salir de la comodidad, dejar de hacerle caso al miedo y confiar en mi capacidad de resiliencia y lucha. Que al final, si la vida te va a sacudir igual, mejor que sea mientras intentas avanzar.
La resiliencia no es un superpoder que viene de serie, sino una habilidad que se entrena. Se trata de cambiar nuestra perspectiva, aprender de lo vivido y seguir adelante con más fuerza. Al final, lo importante no es cuántas veces caemos, sino recomponernos con mucho arte.
Al final, solo tenemos una vida (por ahora)
La vida es finita. De momento. Pero quién sabe, el transhumanismo está en camino y da para otro post. Hasta entonces, mejor vivir sin miedo y con ilusión, porque quedarnos en la comodidad por miedo al cambio no es seguridad, es una trampa.
Así que te dejo con una pregunta: ¿Cuáles son tus comodidades y cuáles son tus miedos? ¿Y qué cambiarías si ellos no estuvieran en el camino?
Y ahora os dejo, que ha parado de llover y creo que voy a salir de mi propia concha un rato. 😉
Después de darle muchas vueltas, creo que mi zona de confort se encuentra en mi manera de ser, en cómo afronto la vida, en cómo reacciono ante situaciones concretas, cambios, o incluso en la forma en que interactúo con los demás. Siento que aquí se mezcla un poco todo: miedo, zona de confort, lo conocido, que la gente ya sepa como vas a reaccionar ante X, que todos crean que eres X…
ResponderEliminarÚltimamente me he dado cuenta de que, muchas veces, reacciono con agresividad cuando algo cambia en mi vida o entorno. A veces me vuelvo cruel con personas que no se lo merecen, porque he aprendido a vivir en el enfado y en la negación, a ante todo, todo me parece mal, por si acaso.
Dar un paso atrás me resulta difícil, porque es complicado aceptar que alguien tenga la razón cuando "antes" no la tenía (o tal vez no lo quise ver).
¿Puede que haya intentado arrastrar a todos a mi zona de confort, a mi punto de vista, a mis experiencias para que ellos vean igual que yo?
Tal vez, esa manera de ser, como enfoco la vida, mi caracter/personalidad, lo que siempre esperaron de mi me mantiene atada a una realidad que ya no quiero, porque me he dado cuenta de que vivo en una constante zona de confort.
En algún momento, esa realidad se oscureció, y ahora me doy cuenta de que podría vivir una vida más fácil si saliera de ahí, esa en la que me quejo, ataco o pongo en duda lo de los demás.
A veces es mas sencillo canviar el foco que la zona de confort.
Saludos.
Hola Anónimo,
EliminarAntes que nada, quiero agradecerte por compartir tus reflexiones de una manera tan honesta y profunda. Es increíble cómo a veces un comentario puede invitarnos a seguir explorando nuestras propias percepciones sobre nosotros mismos.
Estoy completamente de acuerdo contigo en que nuestra zona de confort no solo se encuentra en lo externo, en lo conocido, en los lugares o las personas, sino también en nuestra manera de ser y de reaccionar ante la vida. A veces, sin darnos cuenta, nos acostumbramos a ciertas respuestas emocionales –como la rabia, la negación o el escepticismo– porque nos han acompañado tanto tiempo que terminamos creyendo que forman parte de nuestra identidad. Pero, ¿y si solo son hábitos emocionales que podemos transformar?
Dices que muchas veces reaccionas con agresividad ante los cambios y que eso te ha llevado a vivir en una constante zona de confort, incluso cuando ya no quieres estar ahí. Me parece un punto muy revelador. A veces, lo que consideramos nuestro "escudo" termina siendo nuestra cárcel. La resistencia a lo nuevo, a lo desconocido, puede darnos la ilusión de control, pero a la larga nos impide evolucionar. A mí la frase que me hizo "click" fue: lo que aceptas te transforma, lo que niegas te somete.
Creo que has dado en el clavo cuando te preguntas si, en algún momento, intentaste arrastrar a otros a tu perspectiva para validar tu visión del mundo. Es algo que muchos hacemos sin darnos cuenta: cuando sentimos que nuestro punto de vista es el único seguro, buscamos que los demás lo compartan, quizás para no sentirnos tan solos en él. Pero la verdadera libertad empieza cuando nos permitimos soltar la necesidad de tener razón y abrimos espacio para el aprendizaje y el cambio.
Me encanta la frase que compartes: "A veces es más sencillo cambiar el foco que la zona de confort." Porque sí, a veces la clave no está en dar un salto drástico y dejar atrás todo lo que conocemos, sino en empezar a mirar las cosas de otra manera, en desafiar nuestras propias respuestas automáticas, en darnos el permiso de no reaccionar siempre igual.
Al final, todo está en constante evolución, y nosotros también. No se trata de borrar quiénes hemos sido, sino de permitirnos ser más de lo que creíamos posible. Y eso, aunque asuste, también es hermoso.
Gracias de nuevo por compartir tu reflexión. Estoy segura de que muchas personas se verán reflejadas en ella. Yo me he sentido reflejada en muchos puntos, porque aquí estamos todos en constante aprendizaje.
Un abrazo.