Cuestión de carácter
Aloha, humanos.
Cuánto tiempo sin aparecer por estos lares.
Como muchos ya sabéis, estoy construyendo un canal en YouTube para que podáis escucharme cuando estéis cansados de leer o, simplemente, para quienes preferís un formato en audio por cuestiones de visión, aunque tardará un poquito de tiempo en emparejarse con el post. Considero que se me da infinitamente mejor escribir que hablar, pero espero que lo disfrutéis de cualquier modo, al menos tanto como yo estoy disfrutando.
¿He estado de vacaciones y por eso no he aparecido por aquí? Ojalá.
La realidad es menos paradisíaca: no han sido días de descanso los que me han mantenido alejada, sino un exceso de cambios, responsabilidades y quehaceres. Demasiados.
Hoy os escribo porque, después de tantos meses, se cierra uno de los retos más difíciles que he afrontado hasta la fecha —y con el que nació este blog. Desde aquel enero en el que mis padres se cayeron y nuestra vida dio un vuelco, hemos pasado por dos sociosanitarios distintos. En ambos nos han tratado realmente bien, y el último casi llegó a sentirse como un hogar después de tantos meses.
Esta semana ha tenido lugar el traslado definitivo de mis padres a Barcelona.
Si todo va bien, será su último sociosanitario antes de la residencia (a no ser que, por burocracia, haya que hacer una parada intermedia en otra residencia), en total serán entre 4 y 5 cambios que para nada favorecen ni ayudan, menos si existe un problema neurológico.
Ha sido un proyecto que se ha estirado como un chicle en una clase tediosa de primaria, pero hoy, por fin, siento una profunda satisfacción. No solo por mí, sino por todas las personas bonitas que han estado ayudándome en este camino.
Porque, como dije en un post anterior: solos no llegamos a ninguna parte.
Y tan importante es saber amar como dejarse amar.
Es difícil expresar la gratitud que siento hacia quienes no me soltaron la mano en los momentos más duros. En las idas y venidas. En la noria de frustraciones y pequeñas alegrías que se iban alternando, siempre de la mano de alguien querido. También agradezco todas las personas que han aparecido en este proceso, porque si bien ha sido duro, lo habéis hecho más bonito. No puedo poner nombres aquí, pero estoy segura que os daréis por aludidos.
Hoy avanzamos un pequeño gran paso más en esta burocracia infernal para que ellos puedan vivir “tranquilos”, que no pedimos mucho más. Y aunque lo más grande ya está transitado, todavía quedan retos y papeles por presentar hasta que al final mi padre pueda tener un lugar donde vivir en condiciones, como se merece. Porque el sistema podrá ser todo lo gratuito que quiera, pero también debería ser ético y ser funcional.
Lo que me gustaría compartir de esta experiencia, que si bien me ha hecho crecer de formas que no esperaba, también me ha demostrado con creces que la vida no es un camino de rosas, ni es justa. Como diría Nietzsche, el devenir de la vida puede ser tan doloroso e insufrible como bello. Sin embargo, cada cosa llega en su momento. Y lo importante es mantenerse en pie, agarrarte con uñas y dientes aunque sientas que no puedes, y si es necesario dejarnos sostener por quienes nos tienden la mano cuando notan que nos tiemblan las rodillas,
Eso es lo bonito de los humanos, que cuando realmente conectamos con nuestra esencia, cuando nos desproveemos de todas las etiquetas limitantes que nos encierran adquirimos mayor perspectiva y una fuerza renovada para asumir todos los cambios que tenemos por delante. Confiar en nuestra capacidad para sortear cualquier obstáculo o meta que nos propongamos. Si mi padre ha conseguido volver a dar sus primeros pasos y bailoteos, contra todo pronóstico, como tú humano no vas a poder hacer y ser lo que te propongas?
Los retos aunque jodidos y difíciles vienen para pulirnos, para mejorarnos, para poder superarnos y decir, wow mira todo lo que he conseguido. pero no hablo de cosas materiales, sino de premios para el alma, logros personales, porque todos tenemos una lucha que librar, pero no estamos solos. y siempre hay alguien que nos mira con mejores ojos de lo que nosotros nos vemos y podemos apreciar.
Si algo me ha enseñado este camino es que la vida no espera. No nos espera a que nos sintamos listos, cómodos o preparados. Y es precisamente en ese tirón constante, en esa incomodidad, donde reside la oportunidad de crecer, de ser fuertes, de confiar en nosotros mismos. Como decían los estoicos: no podemos controlar todo lo que nos ocurre, pero sí podemos elegir cómo enfrentarlo, con firmeza, con disciplina y con calma. Cada desafío es un entrenamiento del alma, una gimnasia de nuestro carácter.
Vivimos en un mundo que nos entumece: la sobreinformación, la inmediatez, la adicción digital de la que habla Byung-Chul Han nos apaga vitalmente. Nos volvemos espectadores de nuestra propia existencia, anestesiados, deslizando la vida como si fuera una pantalla más. Pero todavía podemos despertar. Todavía podemos sacudirnos la pereza, romper la rutina que nos ahoga, desaturarnos de esta era de estímulos vacíos y empezar a sentir de verdad, a vivir con atención plena.
Hacer algo que nunca creímos posible, abrirnos a un mundo que aún no hemos explorado, atreverse a confiar en nuestra propia fuerza… eso es lo que nos salva de la mediocridad de la pasividad. ¿Por qué tenemos tan poca fe en nosotros? Tal vez porque hemos olvidado que la vida, con todo su dolor y su caos, también nos da la oportunidad de descubrir la potencia que llevamos dentro. Cada paso, cada decisión valiente, cada acto de conciencia es una chispa que nos recuerda que somos capaces de mucho más de lo que creemos.
Así que sí, duele, cansa y descoloca. Pero también nos hace invencibles en nuestra capacidad de levantarnos, de recomponernos, de abrir la puerta hacia aquello que aún no nos hemos permitido ser. La vida no espera: nosotros tampoco deberíamos hacerlo.
Si aún tienes miedo de probar lo que nunca creíste posible, ¿Qué pequeño acto de valentía puedes dar hoy para abrir la puerta a un mundo nuevo?

.jpg)
Comentarios
Publicar un comentario