¿Soledad en tiempos de 5G?

 ¡Hola humanos!

Siento haber estado un poco más desaparecida.
Sinceramente, no he estado en el mood. Han sido días más reflexivos, de necesitar parar. Tanto subidón en los últimos meses, con la energía por las nubes, me ha dejado gastada. Y aunque todavía hay una montaña de faena por resolver, la situación con los bichos bola se está dilatando más de lo que pensaba.

Así que intento que este blog siga siendo también un espacio para disfrutarlo. Para escribir cuando realmente me asalta, como humana, alguna reflexión existencial que compartir en este completo Absurdo que es España… y, creo yo, también un poco el mundo.

Hoy vengo a hablaros de la paradoja de la conexión digital.

Tengo amigos de 22 años, bellísimas personas —por dentro y por fuera— y, sin embargo, les cuesta la vida conocer a alguien interesante.
No porque falte gente. No porque vivan en una cueva sin WiFi.
Es más profundo: es desconexión emocional.

Antes, la gente se lanzaba a socializar como si fuera gratis (lo era). Se ligaba en la cola del súper, en el bus, en una fiesta.
Hoy, la mayoría prefiere quedarse haciendo scroll, viendo recetas imposibles que nunca cocinarán y dramas ajenos que realmente no importan, antes que mirar a alguien a los ojos.

¿Será que ya no sabemos estar presentes?
¿Que nos incomoda demasiado la pausa, la respiración del otro, el silencio sin música de fondo?
¿Será que nos hemos acostumbrado tanto a los mensajes en x2 que una conversación real nos parece lenta, torpe, poco eficiente?

Yo todavía recuerdo que, cuando era pequeña, en el pueblo nos sentábamos por las noches en el portal “a la fresca”, como se decía entonces. Los vecinos paseaban con sillas plegables en las manos y se acomodaban en uno o dos portales durante las noches de verano, a charlar, picotear, compartir algo.
Quizás por eso aún resisto. Y sé que no soy la única.

Resisto a que una notificación reemplace una risa.
A que una story valga más que un “¿cómo estás?” dicho con ganas.
Porque aunque no siempre se pueda quedar, aunque haya distancia o agendas imposibles, una llamada sigue siendo un acto de amor.
Y la presencia, hoy, es un tesoro subestimado.

Pero la tecnología ya no está pensada para acercarnos.
Está diseñada para engancharnos.
Para mantenernos entretenidos, pero solos.
Interconectados, pero no vinculados.
Atrapados en una soledad suave, sin ruido, sin conciencia.
Como el soma de Huxley, pero con WiFi.

Antes llamabas al fijo. Y si no te lo cogían, esperabas.
Ahora, si no contestan en dos minutos, ya creemos que nos odian o se han muerto.
Antes, el silencio era parte de la conversación. Hoy es una amenaza.
O al revés: hay tecnología que te atrapa y te deja hipnotizado por un sonido tras otro, vídeo tras vídeo, mil músicas y personas hablando sin parar.
Pero no hay diálogo. Ni siquiera escucha activa.

A veces me pregunto si los seres humanos estamos hechos para tantas interacciones.
Porque, en ocasiones, aun queriendo responder, si no es desde el corazón, no me sale.
Y a veces, mejor un silencio honesto que una respuesta automática y vacía.

No sé… tal vez un día inventen una app para sentirnos abrazados digitalmente.
Pero mientras tanto, si alguien te llama: contesta.
Y si no te llaman, comprende que la vida se les ha puesto un poco cuesta arriba y confía en que, si te quieren, te llamarán cuando puedan.

Porque al final, el amor puede con todo: con la distancia, la tecnología, la rapidez del día a día y el individualismo.
Porque salir de uno mismo y entrar en el otro da sentido a esta locura que llamamos vida.

La paradoja de si la tecnología nos acerca o nos aleja quizá no tiene tanto que ver con la tecnología en sí, sino con las personas.
Como casi todo en la vida, depende de nuestros valores, nuestras prioridades, de cómo decidimos relacionarnos…
Y de la capacidad que tengamos para aprender a hacerlo de otro modo.
Uno más consciente, más resiliente, más humano.

Porque quizá el verdadero milagro hoy no es estar conectados.
Es sentirnos conectados. 

Así que dime, humano: ¿A quién podrías regalarle hoy un rato de presencia real?




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