¿Sin luz eres un inútil?
Hola, humanos.
Ya sabemos cuál es la verdadera pregunta:
¿Dónde os cogió a vosotros el apagón?
¿Teníais kit de supervivencia o hicisteis el McGyver?
Pensaba yo que nuestros mayores vivieron una guerra, pero nosotros estamos viviendo múltiples realidades sacadas de novelas distópicas. No me voy a poner a listar todos los eventos que, suficientemente conocidos, ya son. El mundo, parece, se ha puesto creativo.
Os voy a contar lo que viví yo, y de paso reflexionamos un poco hacia dónde carajo estamos yendo como sociedad.
La escena: un ascensor. El reparto: cinco personas.
Esa mañana volvíamos mi madre y yo de hacer unos trámites en la Seguridad Social. Volvíamos pronto a la residencia, porque mi padre estaba solo. Entramos por la parte baja del edificio y al llegar al ascensor, dos trabajadoras muy amables nos dicen: “Tranquilas, pasad, que cabemos todos”. Íbamos cinco: dos sentados y tres de pie. A los segundos de cerrar la puerta... se para. Oscuridad total. Sin cobertura, sin señal, sin punto de luz. Ni siquiera funcionaba la alarma.
Golpeamos las puertas metálicas, esperando que alguien, por casualidad, nos escuche. Las chicas encienden sus móviles para dar un poco de luz, pensando que será algo puntual. Pero no.
Desde fuera nos avisan: estamos entre dos plantas. Pasan 15 minutos. Hace calor. Bromeamos: tenemos una botella de agua, tres croissants y medio bollito de pan. El aire se espesa. Pasa otro cuarto de hora. Carlos (imposible olvidar ese nombre) logra abrir las puertas para que al menos entre algo de aire. Nos dicen que no hay luz en la residencia. Ni en el pueblo. Ni en la comarca. La cosa escala: nivel estatal. ¿Europa?
Los móviles no sirven. No se puede llamar al 112, ni a bomberos, ni a protección civil. Tampoco los teléfonos fijos, que ahora van con tarjeta SIM. Perfecto. Ni una radio a mano, ni siquiera en una residencia de mayores. Algunos trabajadores salen a sus coches para intentar enterarse de algo.
Carlos y Goyi nos dicen que no salgamos: si vuelve la corriente, el ascensor podría reactivarse y hacernos una “guillotina francesa”. Mientras tanto, la gente especula: que si es Putin, que si un ciberataque. Siempre es más fácil imaginar un villano externo que asumir la corrupción y estupidez interna.
Y entonces aparece un señor mayor con una radio en la mano, mirando con sorna a todos los que siguen tocando sus inservibles smartphones:
—“Siri ha muerto”, dice. “Ha perdido su fuente de poder.”
Un técnico que estaba por la zona logra bajar el ascensor hasta planta 0, aunque queda un escalón de 70 cm. Bajamos a mi madre y al señor en silla de ruedas a pulso. Al salir, nos recibe mi padre, entre sorprendido y aliviado, como quien ve salir un premio del huevo Kinder.
El día se apaga. La realidad se enciende.
Sigue sin venir la luz. Nadie ha comido. Hay caos. Los jefes llegan, se improvisan reuniones, se toman decisiones sobre la marcha. Repartimos comida a mano, subimos bandejas y baúles por las escaleras. Todos ayudamos: mover residentes, alimentar, limpiar.
Después de comer, viendo que ni bomberos ni protección civil vendrán —porque están saturados— decidimos subir a todo el mundo a pulso. Como un ejército romano. Tras cinco horas, ya está todo el mundo en su sitio.
Me voy a por agua..
Errores comunes. Lecciones compartidas.
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Estaba a punto de entrar en reserva, así que guardé el poco combustible y empecé a moverme a pie.
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Sólo llevaba encima 10€ en efectivo.
Mientras caminaba, miraba los rostros de la gente. Nadie hablaba, pero todos estábamos igual: confusos. No sabemos vivir sin luz. Y menos sin teléfono. Padres intentaban llevar a sus hijos a extraescolares, y los profesores decían:
—“No sabemos si podremos dar clase. No hay luz.”
Hay personas que no toleran que la vida las obligue a parar. Que se rompan sus rutinas. Les perturba cambiar los planes.
Encendí las noticias. Me supieron a bulo.
Todo sonaba a relato artificial. Ya no me importa el cómo ni el por qué, sino el hecho. Y el hecho es este:
Mientras nos venden la Agenda 2030 y la gran fumada global de los 17 ODS, ayer se materializó la prueba de que este sistema es insostenible. Nos están llevando a la decadencia más absoluta.
Nos dicen que eliminemos las nucleares, pero quieren enchufarnos lo eléctrico hasta el alma.
Ayer se fue la luz. Y dime tú qué haces con un coche eléctrico, con un transporte público que se apaga en seco, dejando a miles encerrados.
Queremos todo digital, pero no hay plan B. Y nos vuelve a salvar lo fósil. Benditos generadores.
Y que decir de la brillante idea que tuvieron de presentarnos el euro digital, que lo quieren meter sí o sí y no saben como hacerlo. Han hecho los bancos en apps tan fáciles para que sea tan cómodo pagar sin ir al banco que nos estan quitando las oficinas, el trato al público y el dinero en circulación. Cada vez hay menos y eso es un hecho.
Si ya pensar en la locura que supondría materializar ese monstruo del dinero digital, desde un corralito a un apagón general en el que como mucho podrías comerte la tarjeta de crédito. Ni pensar como caería el país sin la economía sumergida, yel exceso de control que supondría todo lo del euro digital.
¿Anecdótico o advertencia?
No sabemos si lo de ayer fue un caso aislado o una probadita de lo que viene. Lo que sí está claro es que sin caer en el apocalipsis, va bien tener herramientas analógicas. Cosas que no dependan del móvil.
Velas. Radio. Linterna. Medicamentos. Agua.
Y por supuesto, DINERO EN EFECTIVO.
Eso puede ser lo que te saque de la masa borrega dependiente cuando la red se caiga.
Yo, por si acaso, he empezado a coger el hábito de pasar por el cajero automático antes de ir a comprar o pagar en cualquier parte. No por nostalgia, sino por estrategia. Porque sé que todos salimos ganando.
Es mi forma humilde de ofrecer un poco de resistencia a esos mandatarios que se creen con derecho a hacernos lo que quieran, como quieran y cuando quieran. No me sorprende ese tipo de manipulación. Total, ¿quién no ha jugado a los Sims y los ha metido en la piscina para luego quitar la escalerita?
En el fondo, todos tenemos un pequeño sociópata dentro, ese que actúa creyendo que lo que hace “no es real” y que no va a afectar a millones de personas.
Porque sí, usar billetes arrugados y monedas que huelen a óxido no es tan cool como pagar con el reloj, pero al menos no depende de un servidor remoto ni de un algoritmo que decide si hoy puedes o no comprar pan.
Y mientras nos venden el futuro como si fuera una app con actualizaciones constantes, algunos preferimos mantener vivo un mínimo de sentido común analógico. No por miedo, sino por dignidad.
Porque si algo dejó claro el apagón es que la comodidad no es libertad, y la dependencia no es progreso.
Y a este paso, más nos vale tener un mechero, una radio y un par de billetes bajo el colchón. Por si un día Siri no responde... y tampoco el del banco.
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