He perdido hasta la purpurina
Hola humanos!
Hoy os traigo una reflexión que no cabe en un reel de Instagram ni se resume en una frase de Paulo Coelho. Así que respirad profundo y servíos un té, un café, un refresco (o un vino, no juzgo), y vamos.
Llevo días pensando en el valor que se le daba antes al pasado. El pasado ocupaba un lugar importante en nuestras vidas. Significaba legado, familia, tradición, rito, memoria, aprendizaje y muchas otras cosas más. No sé si es solo sensación mía, pero esta época tiende hacia la celeridad y el avance. Siempre con urgencia, como el conejo de Alicia. Sin embargo, ir sin mirar al pasado es como navegar sin mapa y sin brújula en una noche sin luna.
Imagino que, como en la gran mayoría de cosas, no hay un detonante, un punto de partida donde empieza el declive del rememorar. Han sido múltiples factores, en múltiples lugares, que han creado un efecto mariposa. En un efecto carambola, van desvaneciéndose los lazos de todo lo anterior (lo viejo, pensarán los más jóvenes; lo bueno, pensaremos los viejos; y lo vintage, para idiotas con dinero). Sin embargo, tenga el nombre que tenga, lo estamos dejando a un lado.
Creo que no ayuda este mundo hiperconectado, globalizado y superficial. Sobre todo, cuando las sabidurías ancestrales se arrancan de su contexto y se intentan aplicar a un mundo actual, donde tristemente cada día somos más ignorantes cohabitando en él.
El yoga, por ejemplo, habla constantemente de "habitar el presente" una y otra vez "aquí y ahora". Y lo sé porque soy practicante desde hace 9 años e instructora (200RYS Yoga Alliance) desde hace 7 años.
Somos legión los que citamos el presente como si fuera un mantra. Pero el que no lo encuentra en el yoga, se agarra al tempus fugit, al carpe diem, a la galleta de la suerte o al ChatGPT.
No digo que esté mal habitar el presente, ¡eh! Debemos tener presencia en todo lo que hacemos para honrar nuestra vida y los que habitan en ella. No obstante, me parece muy triste olvidar nuestra cultura, nuestras raíces, nuestra historia (comunitaria y propia). Sobre todo, por ese dicho que afirma: el que olvida la historia se condena a repetirla.
Está bien informarse a fondo de las cosas, que últimamente nos gusta chapotear en la superficie y decir que hemos cruzado el océano. Y, por ejemplo, descubrir que el Yoga transnacional que ha llegado de la India no es puro. ¡Oh! ¿Qué sorpresa, no? En su transformación para adaptarse a nuestra cultura ha sufrido una serie de transformaciones y maneja una serie de códigos que muchas veces absorbemos, pero que encajan con ciertas dificultades. Y en algún punto pasamos de comer chocolate con churros en la feria del pueblo a levantarnos a las 5 a.m. para meditar, hacer vinyasa yoga en leggings de 120€, tomándonos selfies con el mat ecológico que cruzó medio mundo en barco (muy espiritual todo, y muy eco también).
Nada ni nadie tiene la fórmula mágica para vivir una vida plena, porque cada cual se llenará con lo que a él le haga feliz. Porque no, no somos todos iguales. Quizás podamos coger de cada cosa lo que nos sirva y no llevarlo a los extremos. Sino, corremos el riesgo de acabar bailando static dance en una comuna o subiendo un monte con los swamis vestidos de naranja (me ha pasado). Y todo esto está genial si esa es tu felicidad, pero en el mundo hay más de dónde aprender, descubrir y disfrutar.
El presente es una experiencia sensorial increíble, pero el pasado es una experiencia energética de gran valor. Conectarse con el pasado, recordar a tus abuelos, saber de tu familia, de tus antepasados (¿quiénes eran? ¿De qué trabajaban? ¿Qué talentos tenían?, quizás heredaste alguno de ellos), mirar fotografías antiguas, impresas y puestas en un álbum durante la sobremesa, con pastas y café. Recordar amigos de la infancia, recordar juguetes, música, lugares.
Antes dábamos valor incluso a los objetos, sin duda mucho más que ahora. Antes no tenías un peine, un coche, un mueble... antes tenías tu peine, el coche que heredaste de tu padre, el mueble de casa de la abuela. Todo tenía una huella de pasado, que para mí otorgaba más valor a las cosas en sí mismas. Ahora prevalece el gusto por lo nuevo, todo es reemplazable en tiempo exprés o fabricado con obsolescencia programada. Pocas cosas perduran; quizás estamos fabricando y produciendo de menor calidad. No lo sé.
Todo es tan reemplazable que hasta los vínculos parecen tener fecha de caducidad. Relaciones con garantía limitada. Y si no te gusta, cambia de peine, cambia de novio, cambia de país. Hay apps para todo. Creo que de aquí a poco conseguirán que el de Glovo te traiga el novio. Seguro que están trabajando ya en ello. Y así, de paso, que te peine él (el de Glovo, no el novio).
En fin, no sé cómo lo veis vosotros... pero por mi parte, pasado, presente y futuro tienen el mismo valor. Que luego ocurre que uno va al psicólogo porque la vida, de repente, sabe a Jiujitsu japonés y te derriba, y la mejor frase que tienen para calmar tu ansiedad y estrés es: Vive y habita el presente.
¿Cómo? Si precisamente vengo porque mi presente está un poco como una mierda... ¿cómo me dices que me centre en el presente si es lo que ahora me tiene con la soga al cuello? Total, que sales más confundido de lo que entraste y con 50 euros menos. Quizás, solo quizás, mirar al pasado no sea huir, sino buscar un poco de tierra firme desde la que empezar a nadar otra vez.
¿Y tú? ¿Qué valor le das a tu pasado? ¿Te sigue doliendo? o ¿Te sigue salvando?
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