NOS HACEMOS MAYORES

¡Hola, humanos! ¿Qué tal la energía?

Hablando con un amigo, nos dimos cuenta de que, por estas fechas, hace cinco años, la palabra “COVID” empezó a sonar cada vez más fuerte. ¡Cinco años ya! El tiempo pasa volando cuando quiere… Otras veces avanza más lento que el ascensor del sociosanitario de mi madre.

Así me siento últimamente: atrapada en una cinta estática, corriendo sin avanzar.

Recuerdo como si fuera ayer aquel tiempo a solas en mi piso de Málaga durante el estado de alarma. Bueno, a solas no… Bali estaba presente. La echo mucho de menos. Pasábamos los días entregadas al hedonismo: leer, comer, de vez en cuando un paseo por los campos de la urbanización. Justo entonces brotaban todas las flores. Primavera adelantada. Empezó en el sur y ahora ya se extiende por toda España.

Lo curioso es cómo la memoria juega con el tiempo. Algo tan vívido en la cabeza, tan cercano, resulta que está a cinco años de distancia. Aunque, si lo pienso bien, han pasado tantas cosas, tantos cambios. Como dejar Málaga y volver a Cataluña para cuidar de mis padres. A veces me pregunto qué habría sido de mí si me hubiera quedado. Al final, la conclusión es la misma: nos hemos hecho mayores.

¿Hacerse mayor implica transformarse?

Conozco gente que lleva quince años sin cambiar: mismas rutinas, mismos vicios, mismos dramas reciclados como si fueran reposiciones eternas de Cuéntame. Otros (entre los que me incluyo) vamos sumando responsabilidades, gustos, placeres, aventuras. Forjamos el carácter a base de golpes y aprendizajes.

Pero no es una transformación mágica como la del ave fénix. Nada de resurgir de las cenizas con un plumaje brillante. Es un proceso caótico, lleno de dudas, miedos e inquietudes que hay que encajar con lo que ya existía en nosotros. Es un mudar lento, no solo de piel, sino de alma.

¿Qué nos empuja al cambio? ¿Las experiencias? ¿Las crisis existenciales de domingo por la tarde? En gran parte, la gente que aparece en nuestras vidas. Cada persona, para bien o para mal, nos enseña algo. Algunos llegan para inspirarnos, otros para darnos lecciones de paciencia (o directamente para entrenarnos en el arte de los bloqueos en redes).

Y entonces, un día, te das cuenta de que eres viejo.

No sé en qué momento sucede, pero imagino que nadie se da cuenta de que está envejeciendo hasta que, de repente, te encuentras encerrado en una residencia, atrapado entre una mesa y la pared para que no te caigas, como le sucede a mi padre con tan solo 64 años. Y tú, que nunca te habías planteado cómo era la vida ahí dentro, de repente ves todas las carencias: de ética, de justicia, de humanidad. Y descubres que, cuando más necesitarías hacerte oír, tu voz deja de tener validez.

Los griegos, los romanos… siempre estuvieron preocupados por la vejez y la muerte. Planificaban su vida con la vista puesta en ese último tramo. ¿Y nosotros? Nos creemos eternos, le restamos importancia al futuro. Hasta que un día nos toca.

Quizá deberíamos recuperar un poco el espíritu estoico. No digo que tengamos que sentarnos en una roca a contemplar la fugacidad de la existencia como Marco Aurelio, pero tampoco vendría mal asumir que la vida no es un tutorial infinito de TikTok. Nuestra generación está tan entretenida con las gilipolleces que nos venden los influencers y con la vida moderna hiperacelerada que hemos perdido la costumbre de pensar en lo esencial. Nos preocupamos más por si el algoritmo nos quiere que por si estamos viviendo de verdad.

Total, que ahí estamos, persiguiendo cosas efímeras como si fuéramos niños corriendo detrás de un globo de helio. Y mientras tanto, nos acercamos al final del camino sin habernos planteado lo realmente importante.

Así que, si algo podemos aprender de los clásicos, es que la vida no es infinita y que, tal vez, en lugar de obsesionarnos con la última tendencia en redes, podríamos dedicar un rato a algo que sí resista el paso del tiempo. Pensar, sentir, conectar. Y, si nos ponemos muy filosóficos, leer a Séneca con una copa de vino. Porque, al menos, eso nunca pasa de moda.

Yo por lo pronto sigo reflexionando a medida que sigo sobreviviendo a los embistes de la vida, cuestionando todo y tratando de que, como siempre, por herencia familiar, me salve el humor.

Un saludo a los futuros estoicos que deriven de este post. 




Comentarios

Entradas populares