LA CATARSIS Y LO SUBLIME

Hola humanos, os escribo in itinere

Aquí me tenéis, adaptándome a esta vida loca, escribiendo desde el parking de un supermercado, entre carritos cojos y señoras con prisas, a medio camino entre el cansancio y el nirvana que me espera en mi bendita casa.

Hoy quiero hablar de la catarsis y lo sublime.

La catarsis: ese drama inesperado

La catarsis… es ese drama que uno vive mientras hacía otros planes. Una escena dantesca en la que la vida se complica sobremanera y ya no hay botón de "deshacer". Llega sin avisar, te da dos bofetadas y te deja temblando. Es ese momento en el que te das cuenta de que la estabilidad es un chiste cruel, una broma cósmica.

Es la llamada inesperada que cambia tu vida, el adiós que no viste venir, la enfermedad que te hace replantearlo todo, la caída por las escaleras cuando estabas demasiado ocupado en ser productivo. Es ese instante en el que la vida, con su ironía infinita, te recalcula la ruta, como si fueras un GPS defectuoso.

Y de repente, todo lo que dabas por sentado se tambalea. Tanto planificar, postergar, aplazar, y cuando por fin llega el momento de disfrutar, ¡zas! La vida decide que lo mejor es darte un giro inesperado, una sacudida, un cambio de guion del que nadie te avisó. “Solo tenemos el presente”, dicen los gurús de Instagram. Pues mira, a veces ni eso.

Drama para todos, señores

Cada persona atraviesa su propia catarsis. Incluso el que parece más tranquilo tiene sus tormentas internas. Puede que el cajero del súper tenga el corazón roto pero siga pasando códigos de barras con su mejor sonrisa, que la señora que aparcó a mi lado esté echando cuentas para llegar a fin de mes, que el señor con la compra esté ensayando mentalmente una despedida que aún no sabe cómo decir.

Todos estamos protagonizando nuestra propia tragedia griega, en diferentes escenarios, con distintos actores, pero con el mismo guionista sádico llamado destino.

Gracias, Aristóteles, por la explicación

Aristóteles tenía claro que la catarsis no era solo una desgracia sin sentido. En su obra Poética, la describe como una especie de purga emocional, una sacudida de miedo y compasión que nos limpia por dentro. Básicamente, los griegos iban al teatro a ver tragedias, lloraban a mares, sufrían con los personajes y salían renovados, como si hubieran ido a terapia pero sin pagar 60 euros la sesión.

Aristóteles pensaba que esta descarga de emociones tenía un propósito: ayudar a las personas a entender y aceptar la realidad. Y yo, en mi tragicomedia personal, lo intento, pero la cosa se está poniendo tan surrealista que parece que estoy metida en Alicia en el País de las Maravillas. Quizás por eso no deja de sonar en mi cabeza "White Rabbit" de Jefferson Airplane.

El sinsentido de la burocracia

La burocracia ha decidido, en su infinita frialdad, que mi padre debe ser expulsado de "su nuevo hogar" para ser catapultado el día 13 a otra institución. Porque, claro, el papeleo no tiene emociones, ni empatía, solo casillas que hay que marcar. La prioridad no es la patología ni el bienestar del paciente, sino que todo encaje en su puñetero sistema.

Todos saben que los cambios no son buenos para su enfermedad, pero es más fácil mirar a otro lado y seguir el protocolo que remar a contracorriente.

Mientras tanto, yo me he pasado un mes comprando mil cachivaches por Amazon para estimular su psicomotricidad, y mañana tengo cita con la terapeuta ocupacional para que me ayude en una rehabilitación que, en teoría, debería hacer ella, pero que, en la práctica, me toca a mí.

Y aquí empieza el circo de la dependencia. Unas asistentas me dicen que, cuando llegue la resolución del grado de dependencia, tendremos que elegir tres residencias. Y luego, ¿qué? Pues ir de directora en directora a ver quién se anima a aceptarlo antes de que cumpla la edad mínima.

¿Perdón?

Porque, claro, enfermarse antes de los 65 años es un problema tuyo. Si eres demasiado joven para la tercera edad, te quedas en la calle. Una especie de discoteca geriátrica selectiva, donde si no tienes la edad adecuada, te niegan la entrada. Absurdo. Inhumano. Y sobre todo, una gilipollez monumental que no importa cómo la mire, no tiene sentido.

Y el tema de la casa da para otros dos posts, mínimo.

Y después de la catarsis… lo sublime

Porque sí, después de la tormenta llega la calma, o al menos la resignación con estilo. Tras la catarsis viene lo sublime, ese momento en el que, después de haber naufragado, logras ver la belleza en el desastre. Es ese instante de claridad, esa risa inesperada en medio del caos, el suspiro de alivio después del drama. Lo sublime tiene que ver con los reencuentros, con las sorpresas, es el amor en todas sus formas. El que está siempre, incondicional. Los más recientes pero intensos, apasionados. Lo sublime también es cuidar. Es que a veces conseguimos hacerle un pulso al pasar del tiempo, y conservar amistades año tras año. En sus logros y sus derrotas. En sus múltiples formas, porque somos una renovación constante. Lo sublime es que te conozcan y darse a conocer, es entregarse a los demás, a las casualidades, a todas esas cosas lindas que suceden a nuestro alrededor. Incluso en los días más grises. Precisamente, en los días más grises es cuando más puedes ver lo sublimes que son.

Tal vez hoy, desde este parking de supermercado, mi catarsis parezca pequeña en comparación con otras, pero desde mi piel, menudo dramón y tragicomedia me estoy comiendo. Y quizás, aunque todavía sigo metida de lleno en esta gran obra con lágrimas en los ojos y voz temblorosa, mi sublime sea un café caliente en casa, un pijama mullido y la certeza de que escribir estas vivencias puede hacer que tu catarsis, lector, sea más llevadera y que encuentres más sublimes a tu alrededor.

Porque, al final, ¿no es eso lo que nos mantiene a flote?









Comentarios

Entradas populares