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Queridos humanos,

Hoy, por primera vez, un tímido rayo de sol se ha colado entre la podredumbre del sistema: una persona profesional y humana. Un milagro. La traumatóloga de mi madre. Pero, en términos de sistema público, no conviene cantar victoria demasiado pronto. La burocracia aún tiene muchas trabas bajo la manga.

Hoy ha sido un buen día en comparación con ayer, cuando fui abatida por la inhumanidad del sistema. Pero la realidad que veo y vivo sigue siendo tan distópica que merece ser contada.

Mi madre tenía cita con la traumatóloga a las 13:15, así que llegué al sociosanitario a las 12:50. Un lugar donde bien podrían grabarse películas de terror sin necesidad de decorado. Para que os hagáis una idea, os haré un recorrido al más puro estilo Booking, y así os cuento las condiciones de esta "maravillosa" institución pública que pagamos entre todos.

Nada más llegar, deberéis subir a la segunda planta y pasar vuestra tarjeta de acceso, como si entrarais a un resort exclusivo, solo que sin el lujo, la higiene o el respeto por la dignidad humana. Al cruzar las puertas correderas, encontraréis un pasillo luminoso con grandes cristaleras. Allí hay siete butacas y algunas revistas, el único rincón medianamente habitable de toda la planta.

A continuación, girad a la derecha y acceded al pasillo principal: largo, lúgubre, sin luz y bloqueado por carros de trabajo que impiden el paso. Las habitaciones, en su mayoría, no tienen ventanas. La de mi madre (bendita lotería), pero no tiene baño. Ninguna lo tiene.

Las habitaciones cuentan con dos camas, dos mesitas de noche, dos corchos para colgar cosas, un lavadero, un espejo y una estantería donde cabe cómodamente... un peine y un cepillo de dientes. Nada más. También disponen de un armario estrecho con tres baldas. Consejo: traed solo lo estrictamente necesario, porque el armario es más simbólico que funcional.

El baño es comunitario, es decir, compartido entre pacientes, visitantes y cualquiera que pase por ahí. A veces lo encuentras limpio; otras, te ofrece un detallado informe sobre la salud intestinal del usuario anterior. Para añadir emoción, no tiene cerrojo. En su lugar, hay un botón que enciende una luz verde en la parte superior de la puerta, casi invisible para la mayoría... Imaginaos estar meando y rezando a la vez, para que no venga un daltónico.

En cuanto a la decoración, imaginad un híbrido entre hospital de posguerra y sanatorio mental abandonado. Hay dos baños para más de 40 personas y una pequeña sala con máquinas expendedoras. No hay WiFi, pero sí una televisión que cobra 0,36€ por minuto. Sí, por minuto. Da igual si está apagada o encendida, el contador corre. Agua tampoco hay. Pero no os preocupéis, si tenéis familiares generosos, os la podrán traer o, en su defecto, podrán comprarla a 1,10€ en las máquinas. En resumen: un servicio público que pagamos entre todos, pero que nos sigue cobrando por todo.

El personal escasea, así que si eres medio válido, prepárate para la experiencia "Hazlo tú mismo". Si necesitas ayuda en el baño, te dejan solo para que te limpies como puedas y, cuando termines, debes apretar un botón y esperar unos 25 minutos hasta que alguien venga a ayudarte a secarte y vestirte. Alternativamente, te pueden dejar una palangana al lado para que te asees a lo siglo XIX, y después, tras esperar otra media horita, alguien pasará a vestirte.

Eso sí, afortunadamente, tienes una manta para taparte mientras esperas y, si eres de sueño fácil, incluso puedes echarte una cabezadita. Porque aquí todo es cuestión de paciencia... o resignación.

Las visitas comienzan a partir de las 12 del mediodía, una hora maravillosa para el que odie madrugar. ¿El motivo? Como hay poco personal, no les da tiempo a asear y levantar a los pacientes antes de la hora de la comida. Muy práctico para quien lleve una vida sin prisas y sin compromisos.

Ahora bien, es curioso que la excusa oficial sea "falta de personal" (que seguramente sea cierta), pero el personal que hay pasa una cantidad sospechosa de tiempo pegado al teléfono. Y estos dos ojitos lo han visto. WhatsApp arde más que las sábanas del hospital.

Por otro lado, hay un ir y venir constante de altos cargos que se pasean de un lado a otro sin hacer absolutamente nada. Oxigenan los pasillos con su movimiento desnortado, caminando rápido para aparentar que van a algún sitio importante. Pero como solo hay una entrada, rápido los ves aparecer y desaparecer, como si acabaran de cerrar un negocio millonario... aunque probablemente solo venían del baño.

Es curioso cómo en un lugar donde faltan manos para atender a los pacientes con dignidad, haya una coordinadora de planta, una coordinadora de camas y una asistenta social (a la que le dedicaré un post entero más adelante), y sin embargo todo funcione con el caos de un hospital de campaña.

Yo, cada vez que salgo de ahí, reflexiono sobre cómo este lugar logra pasar las inspecciones de sanidad. Si los zócalos tienen más roña que un piso de estudiantes después de un botellón, normal que luego digan que hay bacterias en los hospitales… es que perfectamente en el sociosanitario del Pius Hospital de Valls, podrían descubrir nuevas especies listas para ser catalogadas.

Y para terminar con el surrealismo del lugar, a las 13:20 mi madre se impacienta y me pide que pregunte si vendrá el celador o si debo bajarla yo a la consulta. Pregunto y me dicen que no, que eso es tarea del celador, que vendrá en breve y que no pasa nada si tarda porque la visita no se pierde. Ok, esperamos.

A las 13:40 aparece el celador, nos baja dos plantas hasta consultas externas y nos deja en un pasillo a la espera de que terminen con el paciente anterior. Finalmente nos llaman y, justo cuando vamos a entrar, se les ocurre que poco van a valorar si no hay una radiografía reciente. Así que, en un ejercicio de brillante planificación, me hacen un volante y me indican que yo misma suba a radiología con mi madre y luego la baje de nuevo.

Nos vamos a los ascensores y mi madre me pregunta: "¿Y el celador?"

No sé, mamá. Con la descoordinación que hay, lo mismo termino haciéndote yo la placa.

Nos reímos. Mucho. Y eso le quita hierro al asunto.

A las 18:40, mi madre me escribe para decirme que estaban buscándola por el hospital. Que cómo había llegado de nuevo ahí.

Dos horas más tarde, acaban de darse cuenta de que nadie había recogido a esa señora.

Menudo circo.

En fin, si alguien encuentra el botón de "Cancelar Suscripción", que me avise




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