Todo el mundo equivocado menos tú
Hola, humanos. Hoy pensaba en cómo hemos terminado adorando a nuestras propias ideas como si fueran nuevas deidades. Ya no necesitamos religión. Tenemos causas, tribunas, influencers, y medios de opinión (que no de comunicación). Y el dogma no solo sigue vivo: tiene Wi-Fi y muchos subscriptores.
Parece que se nos ha olvidado que democracia es convivir con gente que no piensa como tú.
Sí, convivir.
No soportar.
No cancelar.
No bloquear.
Porque si todos pensáramos igual, eso no sería democracia. Sería una dictadura con banderitas y colores de la Agenda 2030.
Una secta polite.
Pero en el fondo, lo queremos.
Queremos un mundo de espejos.
Un barrio donde nadie te lleve la contraria.
Una sociedad sin grietas.
Nos aterra la disonancia. Nos da urticaria el matiz.
Abrazamos la diferencia… hasta que interrumpe nuestra narrativa.
Preferimos blanco o negro. Porque es más fácil creer que pensar por uno mismo.
Y así estamos: con polos tan opuestos que todo parece a punto de estallar. Dicen que nos hemos polarizado...
La globalización vino con la promesa de abrirnos al mundo. Y lo hizo.
Se nos colaron sabores nuevos, músicas lejanas, formas distintas de rezar, de amar, de morir.
Pero también se nos murieron lenguas.
Y culturas.
Y comunidades enteras que no supieron —o no pudieron— hacerse trending.
Y mientras tanto, en esta alegre pira digital, nos volvimos más simples. Más gritones. Más frágiles.
Las redes nos vendieron libertad y nos dieron algoritmos a cambio.
Nos dijeron “sé tú mismo” y nos empujaron a ser una marca.
Otro borrego más. Pero con bio de LinkedIn e Instagram.
Nos infantilizamos.
Con pulgares arriba y moralinas en 280 caracteres.
Murió el diálogo.
Y con él, la concordia.
Ahora todo es política.
Pero no la política de las plazas. Ni la del ideal ateniense.
No la que cambia leyes ni la que exige justicia.
Es una política de pancarta digital.
De hashtags con fe.
De efecto Mandela y dogmas repetidos hasta hacerse verdad.
Porque la fe no ha muerto, amigos.
Solo cambió de templo.
Y substituyó al Uno por muchos dioses… de dudosa moral y altos sueldos.
Hoy, la ideología es la nueva religión.
Y no me malinterpretes: no hablo de ideas. Hablo de creencias.
Las ideas puedes cambiarlas. Las creencias se defienden a muerte.
Y vaya si lo hacemos.
Cuidado: esa defensa tiene la potencia de separar familias, amigos, amantes.
Y lo más perverso es que no nos damos cuenta.
Nos creemos racionales.
Críticos.
Despiertos.
Pero actuamos como en las cruzadas.
Con un dogma nuevo bajo el brazo y el dedo acusador siempre en alto.
No comulgamos con Cristo, pero sí con nuestra tribu.
Nuestra causa.
Nuestro partido.
Imponiendo nuestra verdad, y que nadie se atreva a cuestionarlo.
Porque será excomulgado.
Bloqueado.
Cancelado.
Democracia, decíamos.
Qué palabra tan antigua, tan incómoda, tan llena de polvo.
Implica aceptar al otro.
Al verdadero otro.
Al que te cae mal.
Al que piensa distinto.
Al incómodo.
A ese que no quieres ni que respire por miedo de contaminar el aire.
Pero que existe.
Y tiene derecho a hacerlo.
Tanto como tú. Como yo. Como todos.
¿Podemos vivir con eso?
¿O mejor nos hacemos a la idea de que ya estamos en una dictadura suave, aséptica, y rodeada de eufemismos?
Porque sí, creemos haber enterrado la idea de justicia divina, pero hoy nos autoproclamamos jueces del otro.
Por encima incluso de la ley.
O peor aún: haciendo leyes a medida de nuestras creencias.
Y eso… ya lo hemos vivido.
“Quien olvida el pasado está condenado a repetirlo.”
Pues ojo, porque también:
“Quien compra un único relato de la historia, se encadena a repetirla sin saberlo.”
No hace falta irse tan lejos.
En la Edad Media empezó a ponerse de moda la condena por herejía.
Y no siempre fue la Iglesia quien encendió la antorcha.
Sí, en España hubo juicios por brujería.
¿Sabías que Cataluña fue una de las regiones con más ejecuciones?
Y ahí, donde la Inquisición tenía menos poder, fueron los tribunales laicos los más despiadados.
Vecinos denunciando a vecinos:
“Mi cosecha fracasó, fue por su culpa. Seguro que es bruja.”
Envidias. Rencores. Vaya, lo que se conoce como Mala leche, de toda la vida.
Y sin freno. Porque no había una autoridad central que impusiera cordura.
Los tribunales locales desataron más barbarie que los inquisidores.
Ojito cuidado. Porque una sociedad enajenada ve esoterismo donde hay ignorancia. Y quema gente por ideas.
Sí, murieron muchas mujeres acusadas.
Pero no fue solo por ser mujeres.
Fue por ser diferentes, incómodas, raras, libres.
En Rusia, por ejemplo, fueron más los hombres.
El fanatismo no es cosa de sotanas ni de faldas.
Es cosa de humanos.
Y de humanos que creen sin pensar.
Así que lo mejor es dudar.
Abrirse a la información.
No tragarse slogans con sabor a justicia sin preguntarse:
“¿Y si no es así?”
Ir un poco más allá.
A lo que Escohotado llamaba aletheia.
La verdad desvelada.
La que no busca complacer, sino despertar.
Yo solo…
dejo esto aquí.
Por si alguien resuena conmigo.
O por si algún día, mientras escroleas entre indignaciones y recetas de hummus, te preguntas cuándo fue la última vez que recabaste información, leíste libros y te llenaste de conocimiento para defender y respaldar tus ideas. ¿O más bien repites como un loro todo lo que te dicen?
En fin, gracias por estar aquí, por leerme y compartir. Al fin de cuentas esta tampoco es la verdad, es solo una duda. Que visto lo visto, ya es casi una nueva herejía.
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