El duelo como raíz
Hola humanos.
¿Cómo va la vida? ¿Viviendo o sobreviviendo?
El otro día, hablando con una amiga, me soltó que 2025 venía con promesa de cambio y ruptura de estructuras. Y aunque en su momento me sonó a horóscopo de Instagram (ya sabéis: lo típico de “prepárate para tu transformación espiritual”), hoy no puedo evitar pensar que algo de razón tenía. Porque menudo 2025, señoras y señores.
Como habréis notado, he estado bastante desapegada del blog. Ni tiempo, ni lugar, ni energía. Pero hoy no es un día cualquiera.
Hoy hemos enterrado a mi abuela.
Y si bien no hay palabras que puedan expresar ese dolor, en honor a ella —que fue ejemplo de pensamiento crítico, sensibilidad aguda y de observar la vida sin filtros— quiero escribir.
Porque si algo me enseñó fue a no mirar hacia otro lado cuando la vida se pone incómoda. Así que hoy vengo a hablar, en plata, de lo que muchos evitan: la muerte.
La muerte: ese tema tabú
Vivimos en una sociedad que esquiva la muerte como si, al no nombrarla, no existiera. Todo lo queremos rápido, bonito, controlado. Pero la muerte no entra en esos moldes. Llega cuando quiere, como quiere. Y lo revuelve todo. Se nos antoja extraña, lejana, incómoda. En parte porque hemos olvidado que forma parte de la vida.
En la escuela nos hablan de geografía, matemáticas, lengua o tecnología, pero nunca jamás nadie me explicó cómo sobrevivir emocionalmente a una pérdida. ¿Qué es la muerte? ¿Cómo se despide a alguien a quien has querido tanto? ¿Qué se supone que se debe hacer? ¿Llorar y honrar, o celebrar y reír? O quizás... un poco de todo.
Me siento muy orgullosa de los valores de mi familia y de cómo hemos encarado este gran reto. Hemos celebrado y llorado, reído y recordado. Y no solo eso: su funeral ha sido realmente bonito, creativo y artístico. Sin embargo, cada cual ha llevado el dolor a su manera, porque no existe una única forma correcta.
¿Cómo se despide a alguien que fue tanto?
Hoy no vengo a hablar del duelo como algo meramente poético, porque no lo es. Duele. Jode. Rompe. Pero también transforma.
En mi caso, perder en dos años a Bali y a mi abuela —la primera, mi refugio; la segunda, una maestra de vida— ha sido perder dos pilares. Y eso ha dejado un silencio raro. De esos que no hacen ruido, pero se sienten en los huesos. Es un frío en el alma, un desamparo.
Al principio, incredulidad. Pero a medida que la conciencia de que no volverás a verlas se asienta, te invade una especie de diáspora emocional hacia tierra de nadie. Un apátrida del alma.
Y sin embargo, entre medio del dolor, cierto sosiego me encuentra al pensar que ambas querían descansar. Ser libres. No sufrir. Y eso lo han conseguido. Además, pudimos disfrutarlas muchos años y verlas llevar una vida buena.
El luto no tiene instrucciones
No existe el “cómo superar la muerte de un ser querido en tres pasos”. Hay vacío. Hay incomprensión. Hay rabia.
Hay recuerdos que vienen en oleadas.
Hay lágrimas que a veces no salen... y otras que salen de más. Incontenibles. Desde las entrañas.
Pero también hay gratitud. Porque tener a alguien a quien llorar así… es un privilegio.
También es cierto que cada pérdida es un mundo. Algunas las ves venir y otras llegan sin avisar, como una guillotina. Sin embargo, no existe un proceso mejor que el otro: ambos duelen y jamás se olvidan. Es un antes y un después. Algo que vivirá contigo para siempre.
¿Y cómo se sobrevive al dolor?
No tengo una guía. Ojalá. Pero sí puedo contar lo que a mí me está sosteniendo:
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Darse permiso. Para llorar, para estar mal, para no saber qué hacer. El dolor no se mide ni se juzga. No tiene horarios ni lógica.
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Hablarlo. Con amigas, con familia, con quien escuche sin querer arreglarlo todo. A veces solo necesitamos que alguien nos sostenga el silencio.
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Cuidar el cuerpo. Dormir, comer, salir a caminar. Aunque cueste. Aunque no apetezca. El cuerpo también llora y también necesita sostén.
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No romantizar el dolor, pero sí aprender de él. No, no todo pasa por algo. Pero a veces, el dolor nos abre los ojos a lo que importa. Nos reubica. Nos rompe… y en ese hueco, puede nacer algo nuevo.
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Crear. Pintar, escribir, cocinar, mover el cuerpo. Aunque salga torcido. El dolor también se puede canalizar. No hay que encerrarlo todo dentro.
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Agradecer, cuando se pueda. Por haber tenido algo o alguien que duela tanto perder. Porque eso también habla de un amor grande.
Y sobre todo: no tener prisa. El dolor tiene su propio calendario. Y aunque no se va del todo, con el tiempo, duele distinto.
Los que de corazón nos quieren estarán ahí para apoyarnos y sostenernos pase lo que pase. Cerca o lejos, están para brindarnos seguridad, hogar y protección. Un abrazo cálido, de esos en los que abandonarse, o unas palabras de consuelo que nos renueven la ilusión.
Porque un buen amigo, un buen familiar, una buena pareja son aquellos que entran a tu vida cuando todos los demás salen.
Y, a pesar de ser momentos difíciles en que todo se junta —en que no ha pasado ni cinco meses desde que los "Bichos bola" se cayeron por las escaleras—, mi madre, todavía ingresada sin poder ver a su madre, debe salir corriendo del sociosanitario y, al menos, pudo acompañarla junto a mi tía su última noche de vida.
Sí, a veces no elegimos. Y todo llega junto con la velocidad de un tren de mercancías. Pero, aun con todo lo malo, me quedo con la alegría de saber que los que están, y los que deciden quedarse a pesar de tanto drama, son los buenos. Las mejores personas que esta caprichosa vida me ha dado.
Y es precisamente eso —a pesar de la enfermedad y la muerte— lo que nos empuja a seguir viviendo y disfrutar de la vida.
Renacer entre ruinas
Y aquí es donde conecto con lo que decía mi amiga: 2025 está siendo un año de accidentes y despedidas…
pero quizás también de renacimientos.
He aprendido que incluso el dolor puede ser semilla.
Que cuando algo —o alguien— se va, deja espacio para que otras cosas entren.
Tal vez ahora empiece a escribir desde otro lugar. Con más cicatrices, sí,
pero también con más verdad.
No prometo frecuencia, ni temáticas, ni coherencia.
Solo prometo aparecer cuando algo dentro quiera salir en palabras. Como hoy.
Gracias por estar.
Por leer.
Por sostener este espacio conmigo, incluso en el temblor.
Hasta la próxima, cuando sea, como sea.
Con amor,
Rita
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