Política: El Cafe que ya no tomamos
Hola, humanos! ¿Cómo van esas vidas ajetreadas? ¿Ya soñando con las vacaciones? ¿Con parar un poco y desconectar? Yo, igual. Pero, claro, de momento seguimos con el mismo ritmo frenético de siempre. Mi vida parece un maratón en el que, en lugar de correr hacia la meta, voy tropezando con obstáculos cada dos pasos. Y, ya saben, cuando el ojo empieza a temblar y el corazón late como si estuviera corriendo una carrera de 100 metros, es porque el cansancio está llegando a niveles épicos.
¿Y la burocracia? ¡Ay, la burocracia! Esa amiga lenta, como un caracol tomando café mientras el resto del mundo corre a la velocidad de la luz. Aquí seguimos, esperando que le den el grado a mi padre, sin saber si el futuro será un campo de flores o una pesadilla. ¡A ver si alguien se da cuenta de que la vida no puede ser solo papeleo!
En todo este caos, me he dado cuenta de algo: estoy completamente off de todo lo relacionado con política. O como me gusta llamarlo: el show de los políticos. ¿Alguien más está tan cansado de ver cómo nos regalan propuestas que son como una curita en una pierna rota? Yo ya me siento fuera del circo. Y es que, seamos sinceros, ¿quién quiere estar en un show donde todos los actores parecen olvidarse de que estamos en la misma película?
Me he alejado porque no me representan. Y no, no soy antisistema, soy antimediocridad. Me niego a darle a cualquiera de esos personajes mi "cracia" (sí, la palabra existe, y me la quedo, gracias). ¿Qué nos ofrecen? Cortoplacismo, estética, y una corrección política que, si fuera comida, ya habría caducado hace años. Todo son parches, pero ¿quién va a arreglar de verdad el agujero del barco? Nadie.
En mi casa nunca se habló de política. No sé si era intencional o casualidad, pero me dejaron formar mis opiniones, ¡y las mías son mías, de ningún partido político! Y vaya, qué difícil es ahora encontrar un tema de conversación que no involucre ideologías políticas. ¡Hasta en la sopa! O mejor dicho, está en el aire, como un hedor que lo impregna todo. Es como si, sin querer, nos metieran política hasta en las narices.
Yo nací en el 90, una época dorada. Recuerdo que en mi adolescencia no estábamos rodeados de problemas como los de ahora. Nadie nos decía cómo debíamos ser. De hecho, jamás me sentí inferior a un hombre, y nunca tuve que oír: "Eso no es para ti porque eres mujer". O tuve mucha suerte, o antes simplemente había otro rollo. Las cosas fluían de forma mucho más natural, mucho más equitativa, sin etiquetas a cada paso. ¡Ni se te ocurría pensar si tu amigo era de otro partido político! Nos uníamos por cosas más relevantes, como música, planes de fin de semana, o discutir por el último capítulo de Friends, Los Simpsons, South Park o lo que fuese. Este último sería impensable actualmente, al menos no sin sortear 200 querellas y estar sometido a constantes demandas.
Ahora, en cambio, parece que el ideal político es más importante que el sentido común. Pero, claro, ¿para qué? Si al final llegas a los 63, te caes por las escaleras y te dan por culo. O, como diría mi padre: te dan pomada con un remo!
Me da una pena profunda que aquello que simplemente implicaba la organización de la ciudad, ahora se haya convertido en pan y circo, neolengua y una manipulación forzada de la realidad. Como si todo estuviera envuelto en una burbuja de humo que te hace creer que estás viendo algo real cuando, en realidad, es puro espejismo. Y lo peor es que, aunque quieras, a veces no puedes escapar de ello. Es como estar atrapado en una película donde todos te dicen qué pensar, qué sentir y qué decir. Y por más que quieras salir de la sala, siempre hay alguien que te recuerda que sigues dentro.
¿Tanto puede impedir que mis ideas ayuden o que me importe un familiar, un amigo o alguien que realmente necesite ayuda? ¿De verdad vamos a permitir que unas miserables creencias, que mañana mismo pueden cambiar por completo, nos separen? ¡Eso sí que es un chiste de mal gusto! Si de verdad nos importa el bienestar de los demás, ¿por qué nos seguimos dejando dividir por algo tan superficial como la política? ¿Qué pasó con lo que realmente importa, con lo humano, lo cercano? ¡Es tan fácil olvidar eso cuando nos ponen ante los ojos una pantalla con ideas que fomentan el rencor!
A veces me pregunto si todo este teatro no es más que una excusa para no tener que ayudarnos de verdad. Porque, claro, mientras estemos todos peleando sobre qué lado del escenario estamos, nadie se está preguntando qué hay detrás de la cortina… y esa cortina, amigos, es la que realmente nos está jodiendo a todos.
Y así, mientras el show continúa, yo seguiré aquí, buscando un poco de paz en medio del caos. Al final, lo que realmente importa no está en los discursos vacíos ni en las promesas rotas, sino en las pequeñas cosas: una sonrisa, un buen café, o una charla sin filtros. Así que, aunque nos intenten dividir con ideologías, nosotros seguimos juntos, más allá de todo eso.
Quizás podríamos probar de no tomarnos la política demasiado en serio, porque al final del día, todos somos humanos y, como siempre, estamos más cerca de lo que creemos. ¡Así que, si nos vemos en la calle, háblame de arte, de filosofía, de historia, de tu vida… pero no de política! Y si lo haces, que sea con intención de conversar, no de iniciar una guerra a ver quién mea más lejos.
¡Nos vemos en la próxima, que la vida ya tiene suficiente drama sin añadirle más!
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