Pequeña, frágil y poderosa
Hola humanos!
Me resisto a aceptar que el único refugio posible sea el individualismo. Que la estabilidad solo exista en el encierro dentro de uno mismo.
Nos negamos a asumir el dolor implícito en vivir. Vivimos con miedo: miedo a los otros, a nosotros mismos, a dañar y a ser dañados.
Antes, incluso en la fragilidad, existía respeto. La palabra era un puente, no un arma. Había una aura de respetabilidad —de abrazar la otredad, de reconocer en el otro un reflejo del propio ser. Desde ahí amábamos. ¿Desde dónde lo hacemos ahora?
Simone Weil decía que “el amor es la atención más pura que se puede ofrecer”.
Y Byung-Chul Han insiste en que hemos perdido la capacidad de atender, de demorarnos, de mirar. En su esperanza se esconde una invitación a volver a la presencia, a recuperar la distancia y la contemplación desinteresada, que Heidegger pedía para poder pensar en el ser, en su sentido.
Y aquí estoy yo, como Nietzsche frente a su abismo, aunque el mío me devuelve preguntas incisivas:
¿Cómo deseo vivir?
¿Hacia dónde voy?
¿Qué quiero hacer con mi vida?
O mejor aún, ¿Estoy viviendo una vida con sentido que merezca la pena o más bien caigo en la inercia que empuja al mundo a comportarnos como amebas a la deriva?
Preguntas que no tienen respuesta fácil. Porque crecer es, simplemente, subirle el nivel de dificultad al juego.
Entre mil decisiones, recurro al psicólogo, a los filósofos y al silencio para entenderme. Para perdonarme, si es que hay algo que perdonar. Para avanzar un poco más presente en mí.
Y comprender que quienes me amen vendrán, así como yo bajaría al infierno por ellos.
Solo pido una cosa:
un poco de seriedad al mundo.
O, al menos, un poco de verdad. De reconocer nuestra imperfección como seres individuales y colectivos, para poder superarla.
Pasar del fluir al construir. Ser un poco menos líquidos y un poco más humanos. Prestar atención de verdad, con todos los sentidos puestos en el presente, en las pequeñas cosas que solemos pasar por alto. Edificar algo que merezca la pena vivir.
Quizá el mundo no cambie de golpe, pero estas pequeñas batallas —las conversaciones sinceras y dolorosas, los momentos donde elegimos estar presentes, entregarnos por los que amamos, construir valores sinceros, ayudar desinteresadamente, preocuparnos por el otro, trabajarnos el ego— pueden ser el antídoto contra tanta superficialidad.
Como dice mi amigo J.M., al final lo que nos queda es nuestra burbuja. Esa pequeña esfera donde brindamos cuidado, tiempo y presencia, donde construimos algo que tenga sentido y peso, aunque fuera solo para nosotros y para quienes realmente nos importan.
En esa burbuja, podemos escuchar sin prisas, hablar con honestidad, equivocarnos y perdonarnos. Transformar los instantes cotidianos en actos de resistencia contra la velocidad, la dispersión y la superficialidad.
Y sí, otros seguirán navegando como amebas, pero nosotros elegimos construir. Elegimos sostener algo real, aunque sea pequeño. Porque en esas burbujas —tan frágiles y a la vez tan poderosas— reside la posibilidad de ser un poco más humanos, y quizá, solo quizá, de salvarnos a nosotros mismos mientras salvamos lo que amamos.
Aquí me hayo, leyendo a Nietzsche y pensando en su idea de la voluntad de poder: aceptar la tragedia de la vida y encararla con fuerza, creatividad y nobleza. Porque el sentido de la vida también va de esfuerzo, de superación y de goce.
Yo, por mi parte, procuro prestar atención a lo que acontece, equivocarme con estilo, aprender de los errores, escuchar de verdad, cuidarme y construir mi burbuja de sentido. No pretendo cambiar el mundo, pero sí decidir adecuadamente dónde pongo mi energía, a quién dedico mi tiempo y mi afecto, y cómo elijo no ser arrastrada por lo trivial.
Encontrar esos pequeños momentos que valen la pena en medio del absurdo… y, si todo falla, al menos tener café suficiente para que el desastre sea soportable.
Cuidaros y pensad, coño, que no duele.
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A veces con filosofía, otras con café, pero seguimos resistiendo.
ResponderEliminarVer el mundo tal como es, sin miedo, es el primer acto de libertad.